Rafael, te escribo después de tantísimos años para librame de una gran culpa, debí ofrecerte mis disculpas hace mucho... siendo menos formal pido tu perdón... es lo que necesito en verdad.
¿Sabias Rafael, que tienes nombre de pintor? no el de las madonas, aquél italiano contemporáneo de Miguel Angel, me refiero al novio de mi tía que la pintó desnuda; también le hizo un retrato con mucho amarillo; el desnudo colgaba en el cuarto de ella junto a un afiche sobre la guerra de Viet-Nam; yo solía amacecer involuntariamente en esa habitación pues ella me quería como yo a ti, para paliar soledades; ni siquiera le sirvió el gigantesco payaso de trapo que mi mamá le hizo, amarillo y azul pero inútil en el sillón de al lado mientras yo aguantaba las ganas de orinar hasta que mi tia se fuera al trabajo; en sus idas y venidas al baño la podía ver tal y como en el lienzo pero apretaba los párpados y deseaba que se fuera rápido.
He pasado por muchos procesos para poder concebir esta carta, para dirigirme a ti de esta manera porque, a decir verdad, he pensado otras veces en ti; quizás catalizó esto el haber soñado con mi último día; no te alarmes, fue sólo un sueño, mas me hizo reflexionar en la necesidad de poner las cosas en orden.
Los sueños son caóticos, impredecibles; se sueña con circunstancias y personas aparentemente olvidadas o se inventan escenarios y personajes; es imposible describir un sueño a plenittud, es una dimensión indefinible con las palabras existentes y en ocaciones los olvidamos antes de poder contarlos; he soñado que soy mujer, he soñado con una ciudad de edificios de agua, he soñado que he subido al Monte Everest con mi hermano y bajando pasábamos por un casino donde tres negros tenían máscaras de actores famosos; me he soñado trabajando en un hotel donde, en el lobby, se hace una demostración de zunzunes amaestrados y estos suben en parejas tomados por el pico; he soñado incluso cosas que, sin ser de mi responsabilidad, me avergonzaría contar; también en sueños he ido a China a buscar una caja misteriosa en un barrio pobre.
Esta vez estaba acostado, esperaba morir; mis seres cercanos tenían la apariencia actual; mi madre me daba las últimas recomendaciones como es su costumbre; mi hermano buscaba un taquígrafo para recoger mi última voluntad; yo repartía mi únicas pertenencias: mis pinturas, dibujos y esculturas entre mi hermano, la nieta de mi esposa y mi profesor de cerámica... mi esposa, quien, por circunstancias ajenas a este cuento está algo lejos, no estaba en este sueño y por eso no se lo he contado, para, como se dice, no herir susceptibilidades.
Pero no te escribo para contaros un sueño... fue bastante con la pesadilla de la separación... mi madre me dijo aquél dia cuando nos ibamos «por qué no llevas a Rafaél» y yo me extrañé porque el mar y la arena no son buenos lugares para un muñeco de peluche aunque sea el juguete preferido; tampoco le di tanta importancia.
En el camino a pesar de los intentos de distraernos se percibía tristeza en las miradas de papá y mamá; lo achaqué a la última discusión y al divorcio... ahora éramos igual que Robertico, Carlos, Helenita y Alberto Daniel: hijos de padres divorciados... ; mi padre nos lo trató de explicar a su manera y crei entenderdo pero no sospechaba una separación tan radical.
Estuvimos muy poco en la arena; mi madre no acababa de abrir la jaba con los sandwiches y a cada rato los adultos atisbaban el horizonte; era muy temprano y la oscuridad persistía, estabamos en una zona de la playa bastante apartada, nunca habiamos estado alli y nunca el viaje en el viejo chevrolet de Tito habia sido tan largo y asi pasó: a los gritos de «ahi están» se levantaron, mamá cargó a Carmencita, papá me tomó de la mano, corrió conmigo a la orilla, lo sentía nervioso y agitado, se fue metiendo en el agua; cuando esta le daba a la cintura (y a mí más arriba del pecho) me sentó en sus hombros; nos tropezamos con un muro blanco con un nombre rotulado y hombres en el tope... era la popa de una lancha, mi madre le daba la niña a los hombres, luego se trepaba, mi padre me dió un beso con lágimas y me ayudó a subir y se quedó allí, en el agua oscura, llorando; nosotros nos alejamos en nada; sólo era ruido de motores, todos agachados en la borda; fue el único amanecer en mi vida donde no he disfrutado la belleza del sol; tambien lloré, Carmencita mas bien azorada y mi madre como muy cansada... y pensé en ti Rafael porque supe, cuando por fin nos bajamos de aquel infierno, que te habia dejado atrás, muy atrás, que no podria recuperarte, que no vería más tu chaqueta de guint-gant(qué importa cómo se escribe ahora el nombre de esa tela a cuadritos) ni tus ojos de vidrio color miel; como no recuperaria mi pañoleta bicolor, mi uniforme rojo, mi cama, mis amigos, el apartamento de abuela...
Perdóname Rafael, debí llevarte aunque para ti hubiera sido igual estar noventa millas más allá o más acá, aunque decenas de juguetes deslumbrantes te hubieran podido sustituir como no lo eres ahora; quedo con la incertidumbre, como con otros amigos, de qué habrá sido de ustedes... a los niños nunca nos dejan despedirnos.
¿Sabias Rafael, que tienes nombre de pintor? no el de las madonas, aquél italiano contemporáneo de Miguel Angel, me refiero al novio de mi tía que la pintó desnuda; también le hizo un retrato con mucho amarillo; el desnudo colgaba en el cuarto de ella junto a un afiche sobre la guerra de Viet-Nam; yo solía amacecer involuntariamente en esa habitación pues ella me quería como yo a ti, para paliar soledades; ni siquiera le sirvió el gigantesco payaso de trapo que mi mamá le hizo, amarillo y azul pero inútil en el sillón de al lado mientras yo aguantaba las ganas de orinar hasta que mi tia se fuera al trabajo; en sus idas y venidas al baño la podía ver tal y como en el lienzo pero apretaba los párpados y deseaba que se fuera rápido.
He pasado por muchos procesos para poder concebir esta carta, para dirigirme a ti de esta manera porque, a decir verdad, he pensado otras veces en ti; quizás catalizó esto el haber soñado con mi último día; no te alarmes, fue sólo un sueño, mas me hizo reflexionar en la necesidad de poner las cosas en orden.
Los sueños son caóticos, impredecibles; se sueña con circunstancias y personas aparentemente olvidadas o se inventan escenarios y personajes; es imposible describir un sueño a plenittud, es una dimensión indefinible con las palabras existentes y en ocaciones los olvidamos antes de poder contarlos; he soñado que soy mujer, he soñado con una ciudad de edificios de agua, he soñado que he subido al Monte Everest con mi hermano y bajando pasábamos por un casino donde tres negros tenían máscaras de actores famosos; me he soñado trabajando en un hotel donde, en el lobby, se hace una demostración de zunzunes amaestrados y estos suben en parejas tomados por el pico; he soñado incluso cosas que, sin ser de mi responsabilidad, me avergonzaría contar; también en sueños he ido a China a buscar una caja misteriosa en un barrio pobre.
Esta vez estaba acostado, esperaba morir; mis seres cercanos tenían la apariencia actual; mi madre me daba las últimas recomendaciones como es su costumbre; mi hermano buscaba un taquígrafo para recoger mi última voluntad; yo repartía mi únicas pertenencias: mis pinturas, dibujos y esculturas entre mi hermano, la nieta de mi esposa y mi profesor de cerámica... mi esposa, quien, por circunstancias ajenas a este cuento está algo lejos, no estaba en este sueño y por eso no se lo he contado, para, como se dice, no herir susceptibilidades.
Pero no te escribo para contaros un sueño... fue bastante con la pesadilla de la separación... mi madre me dijo aquél dia cuando nos ibamos «por qué no llevas a Rafaél» y yo me extrañé porque el mar y la arena no son buenos lugares para un muñeco de peluche aunque sea el juguete preferido; tampoco le di tanta importancia.
En el camino a pesar de los intentos de distraernos se percibía tristeza en las miradas de papá y mamá; lo achaqué a la última discusión y al divorcio... ahora éramos igual que Robertico, Carlos, Helenita y Alberto Daniel: hijos de padres divorciados... ; mi padre nos lo trató de explicar a su manera y crei entenderdo pero no sospechaba una separación tan radical.
Estuvimos muy poco en la arena; mi madre no acababa de abrir la jaba con los sandwiches y a cada rato los adultos atisbaban el horizonte; era muy temprano y la oscuridad persistía, estabamos en una zona de la playa bastante apartada, nunca habiamos estado alli y nunca el viaje en el viejo chevrolet de Tito habia sido tan largo y asi pasó: a los gritos de «ahi están» se levantaron, mamá cargó a Carmencita, papá me tomó de la mano, corrió conmigo a la orilla, lo sentía nervioso y agitado, se fue metiendo en el agua; cuando esta le daba a la cintura (y a mí más arriba del pecho) me sentó en sus hombros; nos tropezamos con un muro blanco con un nombre rotulado y hombres en el tope... era la popa de una lancha, mi madre le daba la niña a los hombres, luego se trepaba, mi padre me dió un beso con lágimas y me ayudó a subir y se quedó allí, en el agua oscura, llorando; nosotros nos alejamos en nada; sólo era ruido de motores, todos agachados en la borda; fue el único amanecer en mi vida donde no he disfrutado la belleza del sol; tambien lloré, Carmencita mas bien azorada y mi madre como muy cansada... y pensé en ti Rafael porque supe, cuando por fin nos bajamos de aquel infierno, que te habia dejado atrás, muy atrás, que no podria recuperarte, que no vería más tu chaqueta de guint-gant(qué importa cómo se escribe ahora el nombre de esa tela a cuadritos) ni tus ojos de vidrio color miel; como no recuperaria mi pañoleta bicolor, mi uniforme rojo, mi cama, mis amigos, el apartamento de abuela...
Perdóname Rafael, debí llevarte aunque para ti hubiera sido igual estar noventa millas más allá o más acá, aunque decenas de juguetes deslumbrantes te hubieran podido sustituir como no lo eres ahora; quedo con la incertidumbre, como con otros amigos, de qué habrá sido de ustedes... a los niños nunca nos dejan despedirnos.