Nacieron en la misma fecha, uno negro, otro blanco, en diferentes siglos; en una isla del Caribe uno, hijo de esclavos (adivinen el de cual color); el otro engrosando la aristocracia terrateniente de de un país del cono sur de América continental.
Ambos tuvieron muchos hermanos y desarrollaron un carácter firme; probablemente petulante y seguramente idealizado con el tiempo como sucede con los héroes.
Ambos dirigieron millares de hombres al frente de un ideal de libertad; se emboscaron cientos de veces en batallas contra un ejército regular, venciéndolos cambiaría el estado de cosas en la mayor de Las Antillas, última colonia española, adonde había nacido uno y había ido a parar el otro.
Ambos murieron con alrededor de de cincuenta años, algo predecible para una vida de tanto riesgo; Antonio casi finalizando el siglo, en batalla; sin ver la libertad de su país, eso sucederia cinco años, cinco meses y algunos dias después; su corpulencia tocada decenas veces por balas enemigas, su recia figura, lo dieron a conocer en la historia nacional como “El titán de bronce”, temido por su machete, único en oponerse a la tregua con los españoles al final de la primera guerra.
Medio siglo después de la muerte de Antonio, Ernesto andaba por los mismos escenarios secundando los ideales de un carismático lider pero con su propia aureola enfatizada por su acento extrangero; el general Antonio y el comandante Ernesto hubieran tenido mucho de qué hablar si se hubieran conocido.
Ernesto pudo disfrutar de la culminación de sus sueños en Cuba, cinco años, cinco meses y unos dias despues de comenzada aquella saga: una revolución romántica e irreverente matizada del rojo de moda para los intelectuales de la utopía social del comunismo (económicamente hablando es una mentira); si bien la muerte no la habia apartado de ese proyecto como le sucedió a Antonio con el suyo; otras circunstancias lo alejaron y finalmente fue cazado en alguna selva del continente; murió de la misma manera que él había ultimado a otros: a sangre fría, por sus ideales.
“Hombre sin apellido” como lo evocara un trovador, quizás lo perdió cuando decidió renunciar a ser el doctor Guevara para ser el Ché, monosilábica referencia para la anarquía de quienes como él no tienen una propuesta clara; lo seguidores de un sin legado con sabor a un legendario “Zorro” moderno cuya marca hiciera con balas y con su pluma firmando documentos como ministro del nuevo gobierno incluyendo los billetes cubanos como presidente del Banco Nacional. La estrella de su boina; dos arcos superciliares prominentes y una barba rala han promovido por décadas la archiconocida imagen de la mirada del “Guerrillero heróico” como se le conoce en Cuba; motivacion para himnos, lemas y otros recursos de la castración mental.
Antonio Maceo y Grajales y Ernesto Guevara de la Serna nacieron un catorce de junio, coincidencia aprovechada para la larga lista de “efemérides” patrióticas en un sistema muy apegado a sus muertos.
Ambos tuvieron muchos hermanos y desarrollaron un carácter firme; probablemente petulante y seguramente idealizado con el tiempo como sucede con los héroes.
Ambos dirigieron millares de hombres al frente de un ideal de libertad; se emboscaron cientos de veces en batallas contra un ejército regular, venciéndolos cambiaría el estado de cosas en la mayor de Las Antillas, última colonia española, adonde había nacido uno y había ido a parar el otro.
Ambos murieron con alrededor de de cincuenta años, algo predecible para una vida de tanto riesgo; Antonio casi finalizando el siglo, en batalla; sin ver la libertad de su país, eso sucederia cinco años, cinco meses y algunos dias después; su corpulencia tocada decenas veces por balas enemigas, su recia figura, lo dieron a conocer en la historia nacional como “El titán de bronce”, temido por su machete, único en oponerse a la tregua con los españoles al final de la primera guerra.
Medio siglo después de la muerte de Antonio, Ernesto andaba por los mismos escenarios secundando los ideales de un carismático lider pero con su propia aureola enfatizada por su acento extrangero; el general Antonio y el comandante Ernesto hubieran tenido mucho de qué hablar si se hubieran conocido.
Ernesto pudo disfrutar de la culminación de sus sueños en Cuba, cinco años, cinco meses y unos dias despues de comenzada aquella saga: una revolución romántica e irreverente matizada del rojo de moda para los intelectuales de la utopía social del comunismo (económicamente hablando es una mentira); si bien la muerte no la habia apartado de ese proyecto como le sucedió a Antonio con el suyo; otras circunstancias lo alejaron y finalmente fue cazado en alguna selva del continente; murió de la misma manera que él había ultimado a otros: a sangre fría, por sus ideales.
“Hombre sin apellido” como lo evocara un trovador, quizás lo perdió cuando decidió renunciar a ser el doctor Guevara para ser el Ché, monosilábica referencia para la anarquía de quienes como él no tienen una propuesta clara; lo seguidores de un sin legado con sabor a un legendario “Zorro” moderno cuya marca hiciera con balas y con su pluma firmando documentos como ministro del nuevo gobierno incluyendo los billetes cubanos como presidente del Banco Nacional. La estrella de su boina; dos arcos superciliares prominentes y una barba rala han promovido por décadas la archiconocida imagen de la mirada del “Guerrillero heróico” como se le conoce en Cuba; motivacion para himnos, lemas y otros recursos de la castración mental.
Antonio Maceo y Grajales y Ernesto Guevara de la Serna nacieron un catorce de junio, coincidencia aprovechada para la larga lista de “efemérides” patrióticas en un sistema muy apegado a sus muertos.
Marcado por mi nacionalidad hago referencia hoy a esta fecha y me enredo en un recuento informal que pudiere molestar a quienes prefieren no comparar dos guerreros de tan diferentes contextos; hay quien me puede juzgar mal también por palabras prodigadas al símbolo de la justicia y del anti-stablisment; asi es de diverso el pensamiento y las opiniones sobre un mismo asunto.