Alfonso encontró una semilla, con más imaginación que experiencia determinó que era una semilla de árbol maderable dada su consistencia y estas aletas propias para hacerla volar lejos, el inventor del planeador debió inspirarse en una de estas. Decidió sembrarla en su jardín para lo cual debía hacer unos sencillos cálculos si no quería sufrir molestias con el crecimiento y expansión de las raices.
Quizás un jardín no fuera lo más apropiado para un árbol relativamente grande; mas ultimamente tampoco había habido allí flores ni yerba, era dedicado a todas las cosas encontradas por Alfonso, ninguna tan útil como este reciente tesoro... una semilla, un arbol, sombra... todas esos tarecos ahora en el jardín serían cobijados por unas ramas y hojas maternales; si lo de « jardín » era mucho problema pues cambiaría la puerta de la casa para el otro lado y lo declararía traspatio, ¿A quien le importaría ?
“Encontrar” es un verbo impreciso para la costumbre de Alfonso de recoger todo cuanto veia en el suelo; no tenía mucho criterio selectivo y la decisión final de quedarse con estas cosas o botarlas las tomaba de camino de la cerca exterior a la puerta de la casa, no más de diez pasos; el interior, otro tanto, era asi adornado por los objetos más «valiosos» mientras afuera, esperando por una decisión final raramente tomada, quedaba lo demás.
No estamos hablando de un muchachito con bolsillos llenos de chucherias sino de un joven a las puertas de la universidad, alli se le podia ver todas las mañana vendiendo periódicos y sabía leer con gran ligereza los titulares para voceárselos a los estudiantes y profesores, su clientela.
La semilla fue sembrada a cinco pasos de la cerca de entrada, entre el horcón izquierdo y la puerta la cual estaba en el centro y siempre estaba abierta aun cuando Alfonso andaba en su negocio.
A pesar de los pocos conocimientos agroforestales de su sembrador el árbol fue creciendo con seguridad; el ser regado diariamente, protegido con una cerquita en su primer año y hasta ser tapado del sol cuando asi lo requería las tardes de verano dieron salud al único y primer baobad logrado en estas regiones.
En varios años este impasible compañero de Alfonso ocupó el otrora jardín completo, la cerca, casi al explotar le servia de cinturón y en breve hubo de cambiarse la puerta de lugar, tal y como premonitoriamente se pensó al principio del relato pues el hermoso tronco impedia salir o entrar a la casa.
Alfonso, ya andaba con dificultad debido a la edad pero seguía cuidando de este muchacho grandote e insaciable… se sentaba a conversar con él en las tardes y le pedía alguna rama para bastón de vez en cuando...
Ha de saberse que el rápido crecimiento de este baobad hubiera podido ser noticia si no fuera porque Alfonso era poco hablador, su voz la empleó sólo para dictar las noticias más relevantes y ahora para conversar con su compañero de vejez y no para develar su privacidad circunscrita en los últimos años en la relación, casi matrimonial, con un vegetal.
Sus vecinos, tampoco en mucha relación con el vejete del árbol nunca se preguntaron como en el barrio nacian hijos, nietos, biznietos, habia funerales, cumpleaños, bodas y ahi seguía, a la sombra de aquel gigante, la duendesca figura de Alfonso, nombre de rey en cuerpo de bufón.
Primero fue acostumbrase a caminar entre las raices que sustituyeron el suelo de la casa, todas los utensilios se colgaban del leñoso tallo; luego fue una escalera para subir a la casa, ya encaramada en las ramas más bajas, luego, fue no bajar nunca de allí, ni sabe que comería aquel extraño centenario dedicado sólo a cuidar de su arbol.
Hoy llegué a este lugar atraido por la curiosidad mayor de la zona, un baobad; nació aqui, dicen que hace cientos de años, su tronco no lo abarcan veinte hombres, cobija a varias casas y el ganado duerme a su sombra apaciblemente; según la leyenda unos pregones, con las últimas noticias, se escuchan a lo alto, temprano en la mañana, cuando entran los muchachos a la universidad.
“Encontrar” es un verbo impreciso para la costumbre de Alfonso de recoger todo cuanto veia en el suelo; no tenía mucho criterio selectivo y la decisión final de quedarse con estas cosas o botarlas las tomaba de camino de la cerca exterior a la puerta de la casa, no más de diez pasos; el interior, otro tanto, era asi adornado por los objetos más «valiosos» mientras afuera, esperando por una decisión final raramente tomada, quedaba lo demás.
No estamos hablando de un muchachito con bolsillos llenos de chucherias sino de un joven a las puertas de la universidad, alli se le podia ver todas las mañana vendiendo periódicos y sabía leer con gran ligereza los titulares para voceárselos a los estudiantes y profesores, su clientela.
La semilla fue sembrada a cinco pasos de la cerca de entrada, entre el horcón izquierdo y la puerta la cual estaba en el centro y siempre estaba abierta aun cuando Alfonso andaba en su negocio.
A pesar de los pocos conocimientos agroforestales de su sembrador el árbol fue creciendo con seguridad; el ser regado diariamente, protegido con una cerquita en su primer año y hasta ser tapado del sol cuando asi lo requería las tardes de verano dieron salud al único y primer baobad logrado en estas regiones.
En varios años este impasible compañero de Alfonso ocupó el otrora jardín completo, la cerca, casi al explotar le servia de cinturón y en breve hubo de cambiarse la puerta de lugar, tal y como premonitoriamente se pensó al principio del relato pues el hermoso tronco impedia salir o entrar a la casa.
Alfonso, ya andaba con dificultad debido a la edad pero seguía cuidando de este muchacho grandote e insaciable… se sentaba a conversar con él en las tardes y le pedía alguna rama para bastón de vez en cuando...
Ha de saberse que el rápido crecimiento de este baobad hubiera podido ser noticia si no fuera porque Alfonso era poco hablador, su voz la empleó sólo para dictar las noticias más relevantes y ahora para conversar con su compañero de vejez y no para develar su privacidad circunscrita en los últimos años en la relación, casi matrimonial, con un vegetal.
Sus vecinos, tampoco en mucha relación con el vejete del árbol nunca se preguntaron como en el barrio nacian hijos, nietos, biznietos, habia funerales, cumpleaños, bodas y ahi seguía, a la sombra de aquel gigante, la duendesca figura de Alfonso, nombre de rey en cuerpo de bufón.
Primero fue acostumbrase a caminar entre las raices que sustituyeron el suelo de la casa, todas los utensilios se colgaban del leñoso tallo; luego fue una escalera para subir a la casa, ya encaramada en las ramas más bajas, luego, fue no bajar nunca de allí, ni sabe que comería aquel extraño centenario dedicado sólo a cuidar de su arbol.
Hoy llegué a este lugar atraido por la curiosidad mayor de la zona, un baobad; nació aqui, dicen que hace cientos de años, su tronco no lo abarcan veinte hombres, cobija a varias casas y el ganado duerme a su sombra apaciblemente; según la leyenda unos pregones, con las últimas noticias, se escuchan a lo alto, temprano en la mañana, cuando entran los muchachos a la universidad.
1 comentario:
Bonito conto. Farei tudo para poder um dia contá-la aos meus netos.
Um grande abraço e obrigado por compartires este momento.
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